El inicio de un nuevo ciclo siempre nos llena de orgullo. Ver a nuestros hijos crecer, estrenar ilusiones y dar pasos firmes hacia sus sueños es una alegría inmensa. Cada mañana los vemos salir con su mochila cargada de cuadernos, pero también de esperanza y entusiasmo.
Sin embargo, para nosotros los papás, el día parece más largo. La casa se siente distinta, más silenciosa. Las horas avanzan con calma, pero con un vacío sutil que solo ellos logran llenar con su risa, sus voces y su presencia. Entre pendientes y rutinas, nos descubrimos contando las horas hasta que regresen.
Y aunque los extrañamos profundamente, también entendemos que esos espacios son necesarios: cada jornada les regala aprendizajes, amistades y experiencias que los ayudan a crecer. Nosotros, mientras tanto, aprendemos a soltar un poquito, a confiar y a esperar con paciencia ese abrazo de la tarde que vuelve a llenarnos el alma.
Al final, aunque las horas sin ellos parezcan eternas, el corazón se reconforta al verlos regresar con nuevas historias y sonrisas que nos recuerdan que cada día es un paso más en su a camino, y un motivo más para sentirnos agradecidos de acompañarlos.
Artur y Mau, son la razón por la que mis días tienen más luz y mi corazón más fuerza. Cada nuevo comienzo de ustedes es también un renacer para mí. Los abrazo en cada pensamiento y los llevo conmigo en cada latido, porque mi mayor fortuna es caminar la vida siendo su mamá.